Serían entrados los años cincuenta cuando José García, padre, al que todos conocíamos como el Pelón y sus hijos Enrique, Rafael y Pepe, remodelaron la plaza principal de El Pedroso, hoy denominada de Ntra. Sra. de Consolación. Una de las operaciones que llevaron a cabo, sin duda por decisión del Ayuntamiento, fue trasladar el quiosco de Carmen desde la pared exterior del coro de la Iglesia Parroquial a la opuesta, en el hueco frente a la droguería de Lorenzo y Ángeles, mis padres. Visto a día de hoy con el tráfico actual, nos parecería una auténtica locura. Pero tal cambio no debió extrañar a los padres de la chiquillería de entonces, clientela lógica de nuestra quiosquera, pese a que en la nueva ubicación no teníamos más espacio que la propia calle y sin acera, para acercarnos a aquel mostrador de terrazo rojo en busca de tebeos, tiras de triquitraques, galletas sorpresa, bolas de chicle y bolitas de anís. En la época, los vehículos más habituales eran las carretas y la de Paco López tenía el paso obligado por allí. No era cualquier cosa enfilar los bueyes sobre los adoquines con el quiosco detrás, girar 90º para traspasar la cancela y acabar siempre sin el menor percance. Más de una vez viví tal maniobra subido en tan robusto pero precario vehículo, junto a José Ignacio. Contando a mis nietos estas historias, me preguntaban si Carmen vendía Pokemon. Ni existía ni se le esperaba. Paro cuando yo accedí a la lectura hacía tiempo que habían llegado Roberto Alcázar y Pedrín, nacidos en 1940. (Comprenderá el lector que ahora tengo que explicarles a ellos quienes eran estos personajes…y quizá a alguno de ustedes). El Guerrero del Antifaz andaba a sus anchas desde 1943, El Cachorro hacía nada, en 1951. Y hasta Rosina, la mujer Pirata se anticipó a El Capitán Trueno, que no aparecería hasta 1956. Muchos más pasaron por aquel quiosco pues el pueblo se motorizaba, aunque nunca representaron un peligro. A Rafael Jódar, circulando en su moto, le daba tiempo a escuchar al coro infantil entonando con guasa el soniquete de “Rafalito con su LUBE, cruza el pueblo en una nube." De vez en cuando se veía el haiga de Félix Cataño, también el de Manolo, solícito esposo de Doña Concha la médica, el taxi de Ceferino a recoger los domingos a Don Antonio Pastor (el cura) para decir misa en el Destacamento artillero de Fábrica (con gran gozo para este monaguillo que lo fue y acompañó en su etapa de tal). Y no me olvido del coche americano, nuevo cada año, que nos traía a Don José Miguel Pérez Ortiz, para todos Pepito el de Doña Eugenia. (Recomiendo, encarecidamente, la semblanza que de él hace Pepe Durán en su libro La memoria prodigiosa). Aunque surtida era la gama, de no mucho más se componía el parque automovilístico en El Pedroso de entonces. Pero sigamos con lo que nos trae aquí a cuenta de la remodelación de la plaza, llamada a la sazón de José Antonio Primo de Rivera y dejando para momento más sesudo, hablar de los tebeos y automóviles de la época. Andaba yo por los siete años y era tiempo de vacaciones, o eso creo, porque me recuerdo merendando un trozo de pan con su “joyo” relleno de aceite y azúcar, y a mi amigo Andrés, dando cuenta de una jícara de chocolate y media rosca. Así que debían ser sobre las cinco de la tarde. De lo contrario estaríamos en la escuela tomando un vaso de diluida leche en polvo y aquel queso americano de color anaranjado que venía en grandes latas. El arreglo de la plaza, entonces terriza, consistiría en pavimentarla, colocar una gran farola en el centro y alcorques a los frondosos naranjos. Aparte de los preparativos propios de la obra, antes se precisaba quitar las losas de piedra que, a modo de acerado, existían junto a las fachadas de las viviendas. En esa tarea andaban Enrique, Rafael y Pepe con otros operarios. Y nosotros bastante preocupados, pues las nuevas baldosas ocuparían toda la plaza, es decir, ya no habría donde clavar la lima, ni tierra para hacer el gua de las bolas, se acabó jugar allí al trompo y ni os cuento a la billarda, con el riesgo que supondría darle | a las luces de aquella farola que, por ahora, reposaba cuán grande era junto a la iglesia. Más conforme estaba Gloria, que también andaba por el entorno, pues las niñas hacía tiempo que pintaban las rayas del chinfle con tiza o trozos de yeso sobre el cemento de la pista de baile de la otra plaza. Pese a nuestras preocupaciones la situación resultaba apasionante, porque toda aquella faena estaba acompañada de un relato de terror que los tres hermanos iban contándonos mientras unos y otros levantaban las mencionadas losas. (Ya de mayor, pensé que lo que sigue formaba parte de mi imaginación, pero es totalmente verídico, pregunten a Gloria y a Andrés). Aquella narración acompañada de la guasa de Enrique, las puntualizaciones de Pepe y la seriedad de Rafael, nos ponían la carne de gallina... hasta cierto punto: -…entonces, los que vivís en la plaza, ¿no oís por las noches ningún ruido, como de huesos humanos dándose unos con otros?. Un gesto negativo entre bocado y bocado, fue nuestra respuesta. -¿No? pues que sepáis que aquí debajo hay un túnel por el que corren los esqueletos de los frailes que vivían en la Cartuja. Pepe, el hermano menor, refrendaba. - ...no os lo creéis pero es verdad. Yo mismo he estado dentro antes de echarle un tabique en la iglesia, pero de día, claro. La cosa era de cuidado y Gloria ya solo asomaba la cabeza desde su puerta. Pese a lo truculento y el estómago algo encogido, teníamos que hacernos los valientes… los dos contábamos con “experiencia sobrada” en recorrer edificios abandonados y lo mejor es que veníamos de explorar entre las ruinas de la vieja casa de la esquina, junto a la de mi amigo y que poco tiempo después compraron mis padres e hicieron la suya. Así que, alternándonos y muy ufanos, les contamos también nuestro descubrimiento en ella. -Nosotros en aquella casa hemos descubierto un escondite… Andrés me daba la replica: - …y en el escondite había una tinaja. No nos hacían ni caso, así que tuve que imprimir interés a nuestra hazaña: -...y en la tinaja un tesoro... Efectivamente, Rafael había picado. -¿Un tesoro? Meto mi mano en el bolsillo y le enseño cinco monedas de cuando la República. -Sí, mira. Enrique las contempla de soslayo pero con indiferencia. -¡Va! Eso no es nada. En este túnel todas las noches y hasta que amanece, los esqueletos de los frailes corren de la Cartuja a la Iglesia para ver por dónde pueden salir, así que tenéis que estar alerta para avisarle al cura, por si se escapa alguno. Y dale con los esqueletos. Ante semejante desprecio a nuestras hazañas, nos miramos incrédulos. Y mientras los alrededores de la boca de Andrés mostraban todo el esplendor de aquel sucedáneo de chocolate y el aceite chorreaba hasta mi codo, respondimos al unísono: -Eso es mentira. Al tiempo y en claro signo de reafirmación, el antebrazo cumplía la digna función de servilleta. No se rendían, estábamos en clara desventaja. Cuando no terciaba uno de los tres hermanos, algún operario servía de apuntador dirigiéndose a ellos: -Pero además, todo el mundo sabe que el Día de los Difuntos se les oye cantar el Miserere… La situación rayaba en el acoso y derribo, menos mal que pese a la charla, cada cual iba a su tarea, de modo que seguíamos entre atentos a la faena (la merienda) y la intriga por cuál sería la siguiente trola. Ya en la puerta de la Fonda Tristán, Enrique, con gran impulso, clavaba una barra de hierro al borde de una de las losas de piedra que levantaba con la ayuda de otro trabajador. Pasó un rato hasta que nuestro interlocutor contestó, pica mano y mirándonos fijamente mientras el sudor goteaba de su nariz a la pica y de ella a la losa: -¿Mentira? A esto, y entre dos operarios, terminan de alzarla no sin gran esfuerzo, cuando desde abajo, ¡ZAS! saltaron "miles" de animales que más que ratas parecían liebres, por el tamaño y velocidad con que se perdieron por todas partes. Un cronista diría que el respingo que dimos fue colectivo, aunque en honor a la verdad, los dos chavales quedamos paralizados en un abrazo protector, escuchando en estéreo las risas de los concurrentes. Al instante salimos corriendo mientras oía gritar a mis espaldas a uno de los “levantadores de losas”: -Anda valientes, asomaos ahora al túnel... Y claro está, no le faltó el coro. -¿Qué? ¿había esqueletos o no había esqueletos?. Al revuelo salió el vecindario y lógicamente nuestras respectivas madres que, al referirles Rafael la truculenta historia y lo pendiente que debían estar por si salía algún muerto, no tuvo más remedio que aceptar, entre risas, un pescozón de la mía al tiempo que les decía a los tres aquello de: -“Qué joíos po larma”, ¡pero cómo les gusta meter miedo a los chiquillos!. Recibiendo la explicación de Enrique, con la chanza que le caracterizaba: -Ángeles, tú tómatelo a guasa, pero que sepas que aquí debajo tenéis to las noches a los frailes corriendo de un lao pa otro. -Anda puñetero, a trabajá que nos tenéis la plaza empantaná, dijo Loreto, la madre de Andrés. - Venga, anda pa casa, que necesitas un baño como el comé, concluyó la mía y no se equivocaba. Bueno, “el baño” en aquel entonces era en la azotea. Una ducha con regadera, sujeta en alto por el asa a una escuadra y consiguiente cuerda a la flor que, al tirar, la hacía girar hasta que caía agua. Una delicia en aquellos veranos de noches de cháchara, sentados a la puerta de las casas, donde seguro que en la de aquel día no faltó tema de conversación. -Uy qué garbanzos tostaos más buenos ¿de dónde son? -Pues a Carmen se los he cambiao, dos kilos por uno de tostaos. -...vas a tener pa sembrarlos por la plaza antes de que estos acaben. -Si mujé, pa que vengan los esqueletos y se los coman… Con estas y otras risas continuaba la tertulia nocturna entre pipas, avellanas, altramuces, garbanzos y demás delicias. -Pero qué puñeteros son estos Pelones, la que le han motao a los chiquillos. -Sí, pero por lo visto las ratas eran como galgos… A lo que terció “el Doctor”: -¡Como galgos dices! Yo las vi y aquello eran mastines… No hace mucho referí esta “aventura” a Pepe García, que confirmaba la veracidad del susodicho túnel, asegurando haberlo recorrido y de cómo estaba bloqueado por escombros cerca de la Cartuja y con un tabique por la Iglesia a la altura de la Capilla de la Virgen del Carmen. Eso sí, no vio ningún esqueleto. Dicho lo cual, invito a los lectores a ampliar con sus conocimientos esta "historia de fantasmas". NOTA: ESTE RELATO FUE PUBLICADO EL 12 DE MAYO DE 2018. EN DICIEMBRE DE 2020 FALLECIÓ ANDRES, DESCANSA EN PAZ, MI BUEN AMIGO. ILUSTRACIONES Y RECREACIONES FOTOGRÁFICAS DEL AUTOR. |